"Reivindicaremos el legado de Chávez: Maduro
Enfrentar la inseguridad en Venezuela, asunto de suma importancia, señala el
presidente
En Caracas, trabajadores de la telefónica Cantv colocan una
manta en recuerdo del ex presidente venezolanoFoto Ap
Luis Hernández Navarro
Enviado
Periódico La Jornada
Sábado 30 de marzo de 2013, p.
32
Caracas, 29 de marzo
Nada más descender del Boeing 737-200 en la ciudad de Maturín, estado
Monagas, Nicolás Maduro, presidente encargado de Venezuela, es recibido por un
destacamento militar que le rinde honores. Un teniente coronel, cargando un
fusil de asalto ruso AK-103, fabricado ahora en la ciudad de Maracay, lo invita
a pasar revista a la tropa y lo saluda, como si fuera un civil en una
manifestación, con la consigna
¡Chávez vive, la lucha sigue!, le explica que por las venas de ese ejército corre la sangre del militar de Sabaneta y concluye con un emocionado
¡Independencia y patria socialista!.
Es la hora de convertir el duelo y trabajar en darle continuidad al legado
chavista, así que el presidente Maduro responde a los militares que le presentan
sus armas con un discurso en el que señala que la obra más grande del recién
fallecido mandatario fue construir esa fuerza armada nacional fundada por Simón
Bolívar y rescatada y reorganizada por Chávez.
Recuerda la traición que vivió el precursor de la Independencia, la lealtad
que existe hoy entre los integrantes de la dirección político-militar de la
revolución venezolana, y su fidelidad hacia la patria y los pobres. Los
imperios, dice, no respetan a los débiles, sólo respetan a los pueblos resueltos
a ser libres, bien armados.
Al salir del aeropuerto, Maduro se pone al volante de un autobús de pasajeros
color rojo que conduce hasta el auditorio Gilberto Roque Morales, un gimnasio
deportivo cubierto; en él lo espera una multitud de más de 6 mil militantes de
los partidos políticos que apoyan su candidatura a la Presidencia de la
República. Con la destreza de años manejando camiones y con una nube de
motociclistas procurando abrirle espacio, el mandatario sortea grupos de
numerosos simpatizantes que lo vitorean y que quieren estrechar su mano o
entregarle alguna petición por escrito. A lo largo del trayecto le son
entregados, al igual que en toda la gira, miles de sobres o papeles con
solicitudes y quejas, que son depositados en unas grandes bolsas de cartero,
para su posterior análisis y respuesta. Como la fiesta está en la calle, cada
vez que pasa por una concentración de adeptos, Maduro toca el claxon y, en más
de una ocasión, se detiene para saludarlos a través de la ventana.
En el gimnasio, centenares de partidarios que no alcanzaron lugar tratan de
entrar a como dé lugar, a pesar de que no cabe un alma. La burbuja de seguridad,
que resguarda al presidente-candidato, suda la gota gorda para protegerlo de los
adeptos que quieren tocarlo. Una mujer le roba un beso. Con la complexión de un
jugador de futbol americano, Maduro se abre paso hasta llegar a la tarima
central.
Sus fanáticos, en su inmensa mayoría vestidos con camisetas rojas, lo reciben
como a un rock star, como a un ídolo, como a un pastor religioso. Las
paredes están llenas de mantas y banderas del movimiento Tupamaros, del Partido
Comunista de Venezuela, del Partido Socialista Unificado de Venezuela. En uno de
los costados del recinto, un enorme rótulo advierte:
Maduro al volante. La juventud te hace comandante.
El fantasma de Chávez se apersona en el estadio, lo ocupa en su totalidad. No
hay nombre más repetido por los oradores, ni más coreado por el público. No hay
rostro más presente en fotos y carteles, en los que invariablemente aparece
sonriendo amorosamente a quien lo ve. Ese espectro es el hilo que une a todos
los allí presentes, el que les da sentido de pertenencia y comunidad, el que los
hace sentirse tomados en cuenta. La muerte, se sabe, desaparece físicamente a
una persona pero no termina con la relación entre el difunto y quienes lo
trataron y quisieron en vida. Por el contrario, como sucede en este caso, puede
hacerla aún más intensa.
Soy hijo de Chávez, aquí estamos los hijos de Chávez, dice una y otra vez Nicolás Maduro, resumiendo un sentir colectivo que está más allá de las artimañas electorales, aunque tenga un momento de aterrizaje en los próximos comicios. Para los presentes, Chávez es el padre que se fue y con el que hay una deuda, una gratitud que hay que pagar ahora. Es el líder que mediante su fuerza personal hizo realidad un anhelo general.
Maduro se presenta a sí mismo, y a su equipo, como hijos de Chávez. La
reafirmación no es gratuita. Además de que efectivamente es así, el legado de
Chávez –quién lo dijera– está en disputa. Al mandatario fallecido le está
sucediendo lo que a su querido Simón Bolívar. Como recuerda el escritor
colombiano William Ospina en su extraordinario libro En busca de
Bolívar:
Bastó que muriera para que todos los odios se convirtieran en veneración, todas las calumnias en plegarias, todos sus hechos en leyenda. Muerto, ya no era un hombre sino un símbolo. Eso mismo le está pasando al comandante.
Henrique Capriles, el candidato opositor, que durante toda su vida política
vilipendió al teniente coronel y en la última campaña electoral evitó mencionar
su nombre y se refirió a él de manera despectiva, ha tratado de evitar que el
presidente encargado capitalice en su favor la deuda de la población con su
antiguo mandatario.
Nicolás no es Chávez, asegura una y otra vez, al tiempo que lo responsabiliza de la devaluación y la inseguridad pública.
El problema eres tú, Nicolás, dice, mientras se refiere a Chávez como
el presidentey a Maduro lo llama Nicolás, como hacen todos aquellos que en un gesto de desprecio de clase tutean a quienes consideran subalternos. Pero a juzgar por el mitin en Maurín, la maniobra se hunde. Las consignas más coreadas, las que la gente grita desde lo más adentro de sí, son: “¡Chávez, te lo juro. Mi voto es pa’ Maduro!” y
¡Chávez, por siempre. Maduro, presidente.
Los ánimos están desbordados. La gente se desgañita, baila, permanece de pie.
¡Qué calor tan fuerte, qué acogida! ¡Se siente la fuerza del amor, afirma el conductor de autobuses convertido en mandatario. Y es que más que un acto para aceitar la maquinaria electoral, la reunión es una catarsis. Más que una iniciativa para movilizar a los militantes de una causa para organizar la conquista del voto, se trata de una ceremonia de purificación y transformación suscitada por el encuentro con una causa vital profunda, compartida con todos los que están ahí presentes. Más que una puesta al día del aparato partidario para la batalla del 14 de abril, se trata de la eliminación del dolor por la pérdida del comandante y de su transmutación en esperanza de vida y futuro.
En el acto se mezclan la religiosidad, la celebración festiva y la
reafirmación política. Nicolás Maduro, a lo largo de un discurso de más de hora
y media, oficia como artista, como guía espiritual, como líder político. Conduce a la
multitud a través de una travesía en la que se mezclan la historia contemporánea
de Venezuela, los retos políticos actuales, las confidencias personales y todo
tipo de estados de ánimo.
Por momentos el acto político asemeja una celebración religiosa. En plena
Semana Santa, con el antecedente de una campaña electoral realizada apenas hace
seis meses, en la que ambos candidatos invocaron la cuestión religiosa como
nunca antes se había hecho, después de convocar y realizar decenas de jornadas
de plegarias y misas por la salud de Hugo Chávez, el asunto de la espiritualidad
en esta precampaña ha brotado con inusual vigor. Está en el ánimo de los
simpatizantes y en la visión del mundo de los candidatos, Nicolás Maduro
incluido.
En el mitin, Maduro reconoce la importancia que tiene para él enfrentar la
inseguridad pública. Quiere ser recordado como el presidente de la seguridad,
pero no de cualquier tipo de seguridad, sino de una claramente diferenciada
durante la IV República, que dejó un terrible saldo de opositores
gubernamentales asesinados, desaparecidos y torturados por administraciones
formalmente democráticas.
Para marcar su raya con esos gobiernos pasados y reivindicar su historia
dentro de la izquierda revolucionaria, cuenta la vida de Argimiro Gabaldón,
militante del Partido Comunista y fundador de las Fuerzas Armadas de Liberación
Nacional, quien murió en 1964 en las montañas de Humocaro, estado Lara.
Se refiere también a Noel Rodríguez, un joven estudiante revolucionario, cuyo
cuerpo fue encontrado después de 40 años de desaparición forzada
Ahí mismo, el presidente hace un llamado al pueblo venezolano a levantar la
bandera de los ideales socialistas.
Nosotros venimos a decir a ustedes que vamos a reivindicar el legado de Hugo Chávez. Nosotros no tenemos precio, no somos burgueses. Venimos a trabajar y hacer socialismo, subraya Nicolás Maduro.
Al terminar el acto, el mandatario conduce nuevamente el autobús rumbo a la
terminal aérea. Le esperan aún dos maratónicas y numerosas concentraciones en
Cumaná y Margarita, cada una más numerosa que la otra, con formatos parecidos.
En todas conecta con el público. Llega a sus corazones. No hay duda de que es el
heredero de Hugo Chávez. Tampoco de que, como apuntan todas las encuestas,
arrasará en las próximas elecciones del 14 de abril."
http://fideiius.blogspot.com/2013/03/cpresidente-constitucional-de-la.html
http://fideiius.blogspot.com/2013/03/perdimos-nuestro-mejor-amigo-fidel.html
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