Wednesday, February 22, 2012

"G-20: REPENSAR LAS INSTITUCIONES INTERNACIONALES"

"Crisis Global
G-20: Repensar las instituciones internacionales
Pierre Charasse / I

La crisis económica y financiera que explotó en 2008 fue un duro golpe al proceso de globalización y un revelador de la extrema complejidad del manejo de un mundo dominado por la finanza. En los años recientes hubo un cantidad impresionante de cumbres de jefes de Estado o de reuniones de ministros (en la UE, el G-7, el G-20…), todas con las mismas conclusiones: más liberalismo, más austeridad y menos regulación por parte de los estados. A pesar de los grandes desastres financieros y sociales de los pasados meses, la maquinaria internacional no se pone de acuerdo para imponer un mínimo de regulación a los flujos de capitales y, peor aun, se multiplican las relaciones incestuosas entre los gobiernos, los bancos centrales (ahora todos independientes de los gobiernos) y el sector financiero privado, permitiendo la impunidad total de grandes actores privados que a través de operaciones de alto riesgo o francamente fraudulentas, ponen en peligro todo el sistema financiero internacional. Con la globalización entramos en un sistema de pensamiento único, como definió Ignacio Ramonet en Le Monde Diplomatique, con un grado impresionante de dogmatismo.
Al mismo tiempo que se expande el pensamiento único se multiplican los foros informales donde un número muy limitado de jefes de Estado o ministros toman decisiones que comprometen el futuro de la humanidad (asociando actores no-estatales como las empresas o la sociedad civil). La cuestión es muy seria, porque como dijo el presidente Sarkozy, el sistema de las Naciones Unidas que tiene toda la legitimidad para representar a los 192 países del planeta está agotado y no responde más a las exigencias de un mundo económicamente interdependiente. En los pasados 20 años todos los intentos de reformar el sistema de las Naciones Unidas, empezando por el Consejo de Seguridad, fracasaron. Por tanto es inevitable y urgente repensar las instituciones internacionales. El tema de la arquitectura institucional del mundo estaba en la mesa de la cumbre del G-20 en Cannes en diciembre, y sin duda será discutido en la próxima cumbre en Los Cabos, como reclamaron los cancilleres en su reunión del 20 de febrero.
Coexisten hoy dos sistemas paralelos de instituciones intergubernamentales, las del viejo mundo con la Organización de las Naciones Unidas en su centro, donde todos los estados tiene igualdad de derechos, y los nuevos foros como G-7 y G-20, que reagrupan los países industrializados y emergentes en un marco totalmente informal. Ahí esta el verdadero poder. Igualmente el Fondo Monetario Internacional, muy desprestigiado en los años 80, es hoy la institución financiera de mayor peso en el mundo. Lo fundamental en el proceso de globalización empezado en los años 90 es que los grandes países industrializados occidentales se organizaron para no dejar a ningún otro grupo de países la capacidad de formular modelos alternativos de desarrollo. El G-7, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OCDE, controlados por las potencias occidentales, fijaron las nuevas reglas del juego en los países ex comunistas sin encontrar resistencias, para después generalizarlas a todo el mundo. El tercer mundo se desintegró, y ni China ni Rusia, convertidas al capitalismo, han tenido hasta la fecha el peso suficiente y la voluntad de hacer contrapropuestas al esquema occidental. Sobre todo China, que está todavía en una fase de incorporación a la economía mundial para satisfacer las necesidades de crecimiento de su pueblo, avanzando con mucha prudencia para no desestabilizar el orden económico y financiero mundial. Le interesa sobremanera la estabilidad de un sistema que le da acceso a todos los mercados y fuentes de materias primas, y le permite tomar el control de muchas grandes empresas de Estados Unidos o Europa, protegiéndose al mismo tiempo de los excesos de la desregulación financiera. China tiene una política a muy largo plazo y decidirá en el momento oportuno si le conviene o no provocar un cambio fundamental en el pilotaje del mundo globalizado. Por eso tiene un perfil relativamente bajo en el G-20; prefiere las discusiones bilaterales, en particular con Estados Unidos.
Mientras, vivimos una situación paradójica: los grandes países industrializados atraviesan una profunda crisis, pero conservan todo su poder de influencia, al lado de economías emergentes en crecimiento rápido que no encuentran todavía el lugar que les corresponde en los procesos de toma de decisión. Eso fue uno de los puntos más significativos abordado por algunos cancilleres en Los Cabos."


"G-20: repensar las instituciones internacionales


Pierre Charasse/II

Se puede explicar en forma esquemática como los países occidentales mantienen una posición dominante en el sistema multilateral y las relaciones que existen entre grupos informales de poder creados por ellos y el resto de las instituciones internacionales donde están representados todos los estados:
 
El núcleo central del poder económico-político, promotor de las políticas neoliberales, es el G-7. Este grupo nació en París en 1975 después de las crisis del petróleo de los años 70. Con el derrumbe de la URSS en 1989, el G-7 dio un salto cualitativo y empezó a tratar casi todos los problemas del mundo que antes se discutían en la ONU. En 1995 se crea el G-8 con Rusia para tratar específicamente cuestiones de seguridad (desarme, proliferación nuclear, terrorismo). Con la aparición de nuevas potencias económicas como China, Brasil, India, México, los líderes del primer mundo tuvieron que hacer algunas concesiones e invitar por cooptación al club de los grandes a algunos países emergentes cuidadosamente escogidos por ellos, pero sin voz ni voto en los debates. La crisis de 2008 asustó a los países del G-7 y entonces decidieron crear el G-20 a nivel de jefes de Estado en Pittsburgh, en septiembre de 2009. El G-20 incluye hoy a más de 30 países y organismos internacionales. No hay reglas para incorporar nuevos miembros. El G-20 no toma decisiones sino recomendaciones, siempre por consenso. No tiene sede ni un secretariado permanente. En el G-20 hay debates muy animados, pero el núcleo central occidental jamás pierde la iniciativa o deja que otros grupos de países, como los BRICS, impongan orientaciones diferentes. En los Cabos ni siquiera hubo una declaración final.

Una vez que los miembros del G-7 o G-8 se ponen de acuerdo sobre una cuestión, sus decisiones se imponen al resto de los países a través de las organizaciones internacionales convencionales (por ejemplo la cuestión nuclear con Irán se trata en la Agencia Internacional de Energía Atómica, AIEA, la lucha contra las drogas en la Organización de Naciones Unidas contra las Drogas y el Crimen, ONUDC, la seguridad del transporte aéreo en la Organización de la Aviación Civil Internacional, OACI, etcétera) siempre en los términos impuestos por el G-7/8. De hecho ningún país puede oponerse a las iniciativas promovidas por el G-7/8. Inversamente es prácticamente imposible a un país o grupo de ellos proponer una iniciativa que no tenga el respaldo del G-7/8 o va en contra de sus intereses, salvo excepciones cuando China y Rusia expresan sus desacuerdos en el Consejo de Seguridad de la ONU (Irán, Siria).

Las instituciones económicas y financieras (FMI, Banco Mundial) funcionan todavía sobre la base de la repartición de poderes de los años 50, cuando Estados Unidos representaba 40 por ciento del PIB mundial. Grandes cambios se produjeron en la economía mundial en los últimos 20 años, pero las potencias occidentales conservan todo el poder de decisión a través de los derechos de voto que les dan sus cuotas. Las recientes reformas del FMI acordaron un ligero aumento de la representatividad de los BRICS, sin cambiar nada en el fondo: Estados Unidos es el único país con derecho de veto en el FMI. Así que ninguna reforma de largo alcance se puede decidir sin el visto bueno del bloque occidental.

Otras organizaciones, como la OCDE, funcionan como ejecutores de las políticas decididas por el bloque occidental y son al mismo tiempo fabricas de normas jurídicamente no vinculantes (soft law) muy inspiradas de las prácticas anglosajonas. Es el producto del lobbying de muchos grupos de presión que participan informalmente en la elaboración de las reglas del mundo globalizado, sobre todos los temas, economía, educación, salud, corrupción, etcétera.

El Gafi (Grupo de Acción financiera), sin personalidad jurídica ni estatuto oficial, es el organismo encargado de emitir las reglas de lucha contra el lavado de dinero a escala mundial, sobre la base de recomendaciones concebidas para no obstaculizar la circulación libre de los capitales. Los resultados son muy pobres, el sistema financiero acepta de hecho cierta permeabilidad al dinero sucio como efecto colateral de la libertad e instantaneidad de la transacciones financieras .

La OTAN, brazo militar de Occidente, extendió su radio de acción a todo el planeta e incluye ahora de manera muy selectiva la promoción de los derechos humanos durante sus misiones. Procura colocar sus intervenciones en un marco de legalidad internacional (la ONU), como fue el caso en Libia.

En la ONU los miembros permanentes del Consejo de Seguridad buscan consensos para resolver las crisis políticas internacionales, evitando lo más que se puede la utilización del veto. Muchas cuestiones están previamente discutidas en el marco informal del G-8. Las resoluciones de la Asamblea General, donde están presentes los 192 miembros de la organización, expresan la opinión de una mayoría de países pero prácticamente no tienen peso si no tienen el respaldo de los países occidentales. China y Rusia, con su derecho de veto, son los dos únicos países que limitan los planes de occidente, por ejemplo contra Irán y Siria.

Con estos ejemplos, se puede tener una idea del grado de control que conservan los países industrializados en la marcha del mundo. Se resisten al cambio, pero difícilmente podrán mantener esta posición. La escala planetaria de los problemas y las nuevas tecnologías requieren nuevas formas de diálogo entre los países y los actores públicos y privados de la globalización, y nuevos procesos de toma de decisión. El orden mundial unipolar nacido en 1989 con la caída del muro de Berlín con una concentración extrema de poder en el pequeño grupo de las grandes potencias occidentales, no podrá resistir al auge de los grandes países emergentes, China en primer lugar, y al impacto sobre la población mundial de fenómenos como el cambio climático, la crisis alimentaria y energética o la contaminación que anuncian grandes catástrofes humanitarias. Es cuestión de tiempo.

El G-20 puede ser un foro propicio para debates de un nuevo tipo porque representa el 90 por ciento del PIB mundial y el 65 por ciento de la población mundial. Pero tiene que consolidar su representatividad y legitimidad proponiendo una nueva arquitectura institucional más equilibrada."

http://www.jornada.unam.mx/2012/02/25/opinion/026a1mun

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